En la celebración eucarística del Corpus Christi, la Iglesia se reúne como familia de fe para glorificar a Cristo presente en el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre. La liturgia comienza con la alegría de la asamblea, que entona himnos de alabanza y se dispone a escuchar la Palabra de Dios, en la cual se revela el designio eterno del Señor: darse en alimento para la salvación del mundo.

En el momento del ofertorio, el pan y el vino son llevados al altar como signo humilde de la creación y del trabajo humano, que en el misterio de la consagración serán transformados en el verdadero Cuerpo y la verdadera Sangre de Cristo. La oración eucarística se eleva con solemnidad, proclamando el memorial de la Pasión y de la Resurrección, y actualizando en el altar el sacrificio redentor.

Al recibir la comunión, los fieles se acercan en procesión, testimoniando su fe en la presencia real del Señor, y siendo fortalecidos en la caridad que une a toda la Iglesia.

Finalmente, la celebración culmina con la solemne procesión eucarística: Cristo, escondido bajo las especies sacramentales, sale al encuentro de su pueblo, bendice los caminos y colma de gracia los corazones. Es el Señor que pasa, que acompaña y que permanece para siempre en medio de los suyos.